En las anteriores versiones de esta entrada (aunque en su caso el título fuera el de “no deberíamos desaprovechar una crisis” comentaba los argumentos de Albert Einstein en el sentido de «No pretendamos que las cosas cambien si siempre hacemos lo mismo. Una crisis es la mejor bendición por las que pueden pasar las personas y a los países, porque la crisis trae progresos”.
Lo más grave de la situación anterior al 2008 fue que todos fuimos incapaces de prever los cambios demográficos y ocupacionales que se producían y que, lamentablemente, se situaron en sectores sin ningún futuro. Escribía también que perdimos una excelente oportunidad, en estos años, para plantearnos los cambios de comportamiento que hoy nos hubiesen –estoy plenamente convencido- preparado mejor para responder a los retos que nos va a deparar el futuro.
Probablemente los costos de las reformas que estamos haciendo y los que probablemente quedan por hacer van a ser mucho más relevantes y con mayores costes. Tenemos pendientes reformas sustantivas que eliminen nuestros vicios en los modelos de representación política, económica y sindical, de convertirnos todos en más eficientes y de potenciar la capacidad emprendedora de nuestros jóvenes. Necesitamos estos cambios si de verdad
Recordaros que estos mensajes fueron escritos en la primera versión de este post, publicada en 2009. Han transcurrido 15 años, hemos vivido muchas cosas, pero lamentablemente serían perfectamente aplicables, punto por punto, a lo que vivimos hoy,
Escribí también que había escuchado a Jose Antonio Sagardoy en la entrega de premios de Expansión y Empleo afirmando que necesaria una catarsis colectiva, que faltaban estímulos para el desarrollo de la economía y que necesitamos urgentemente contagiar (a las nuevas generaciones) la ilusión en el futuro.
También me referí a los argumentos planteados por Josep Ramoneda en el sentido de que teníamos como país tres grandes problemas que precisaban algún tipo de reacción. Problemas que resumía en los términos siguientes: la posibilidad de un conflicto social, el desempleo juvenil y el corporativismo de determinados colectivos. Respecto al concepto de conflicto social y aunque tengamos niveles de desempleo mucho más asumibles de los que vivíamos hace 15 años nadie debería de olvidar el dato de que el 50% de éste es desempleo de carácter estructural. No sé si existe este riesgo pero los niveles de desigualdad se han reforzado en estos años a pesar de los elementos paliativos que suponen el incremento de las coberturas sociales que en cualquier caso tienen como corolario el desarrollo de una cultura acomodaticia y nihilista que se ha instalado en nuestra sociedad.
El desempleo juvenil (además focalizado en contextos sociales muy definidos) sigue siendo uno de los grandes retos a resolver. Seguimos con discursos más o menos bienintencionados, pero poco más, mientras que los ámbitos familiares actúan como frenos a un mayor conflicto social permitiendo que la edad de emancipación se sigue manteniendo en los mimos niveles que hace 11 años. Las consecuencias son la consolidación de una cultura y de unos hábitos que lastran la asunción de la responsabilidad personal y el desarrollo de la autonomía individual.
El corporativismo sigue siendo el tercero de los grandes problemas de nuestra sociedad y sobre el que deberíamos de aprovechar la crisis para producir en él cambios radicales. Corporativismo político, corporativismo profesional y corporativismo social. Poco se está haciendo por parte de todos en este aspecto.
Dicho todo esto no me resisto a terminar estas reflexiones con el mismo texto con el que finalizaba las formuladas en 2013. “El problema de las personas y de los países es la pereza para encontrar las salidas y las soluciones. Sin crisis no hay desafíos, sin desafíos todo es rutina. Es en la crisis donde aflora lo mejor de cada uno, porque sin crisis todo viento es caricia. Ante la crisis la única receta es el trabajo duro. Acabemos con la única crisis amenazadora: la tragedia de no querer luchar por superarla”.
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