Este pasado fin de semana (6 al 8 de Diciembre) he podido disfrutar de un grata estancia en la Cerdanya y de largas conversaciones con uno de mis mejores amigos. Él es un conversador nato con una cultura extraordinaria y con una capacidad extenuante para el debate. Me encantan los análisis y las comparaciones que hace sobre el fútbol (llegó a jugar en un equipo de 2ª división) y su aplicación a los acontecimientos que estamos viviendo en este momento.
Un paréntesis: Mi amigo es, una demostración evidente, del error que cometemos cuando pensamos que para ser jugador de futbol hay que tener un bajo nivel cultural.
Defiende -y yo comparto su convicción- que las palabras «no son inocentes». Comparto su opinión de que la realidad no está del todo «creada» hasta que no se le da «nombre», hasta que no se «verbaliza»; y, según se describa, la realidad cobrará uno u otro aspecto, uno u otro cariz. Sostiene que el vocabulario «políticamente correcto» es, generalmente solo una careta a la dura realidad que está ahí, cabezota y tozuda. Coincido plenamente con él en el hecho de que es necesario erradicar el mal uso de las palabras que se ha instalado en nuestra cultura social.
Mi amigo no soporta la moda de denominar «subsahariano» a todo inmigrante de color que llega a España, se «pone a 100» cuando escucha que en los conflictos bélicos, por ejemplo, no se mata al enemigo sino que «se le neutraliza». Lógicamente, nuestra conversación no podía terminar, no podría hacerse de otra manera, metiéndonos en los temas a los que profesionalmente nos dedicamos. A saber: los ámbitos del empleo, las relaciones laborales y la gestión empresarial.
Ejemplos del mal uso de las palabras: La de sustituir el término de “despido” por afectado por un expediente de regulación de empleo, la que ha acabado imponiéndose como “estoy en búsqueda activa” para definir a la situación de desempleo o por último el uso del término “tenemos plan de motivación” que puede significar cosas tan diversas como: un plan de incentivos a la productividad, un estrategia de compensación por objetivos o simplemente una reorganización interna que puede conllevar despidos.
Mi amigo me ha insistido durante algún tiempo (y evidentemente también fue objeto de nuestras conversaciones) el uso de términos como “derecho a decidir” o “estado propio” por una parte de la clase política catalana para describir el proceso que estamos viviendo en Catalunya. Y aunque no está (el nació y reside en otra de las comunidades históricas de España) muy de acuerdo con lo que ocurre en nuestro entorno reconoce que finalmente hemos sabido dar el salto adecuado cuando hemos incorporado en el lenguaje los términos correctos. A saber: “derecho a la autodeterminación” e “independencia”. Esto le preocupa porqué como él dice “ahora sí que vais en serio”
¿Porque proseguimos con la fórmula de no utilizar aquella frase tan castiza pero tan simple “llamar a las cosas por su nombre”? Mi amigo y yo acordamos que intentaríamos no abandonar el empeño de dejar sin disfraz alguno, desnudas, a las palabras y expresiones que tratan de edulcorarnos bobamente la realidad.
Transcurrido el fin de semana mi amigo y yo nos despedimos con un sencillo «Adiós»… ¿Para qué más?
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