Somos muchos los que participamos del criterio de que necesitamos afrontar nuestra empleabilidad frente a la reducción en las posibilidades de desarrollar carreras a largo plazo en una misma organización (algo por otra parte usual en los años 80/90, y todavía hoy en la administración pública).
Los cambios organizativos han sido acompañados necesariamente por cambios de actitud y culturales en la posición de los profesionales ante su carrera y su desarrollo profesional.
Las posibilidades de desarrollar carreras de «largo recorrido» y de tener oportunidades de crecimiento personal a largo plazo dentro en una organización se han reducido sustancialmente como consecuencia del achatamiento de las estructuras, de los procesos de fusión, de los cambios en los sectores. También como consecuencia del impacto de la crisis que estamos viviendo. Por ello muchos profesionales se ven abocados a salir al mercado o inclusive a desarrollar proyectos profesionales o empresariales de forma independiente.
Mientras las circunstancias económicas y los cambios en los modelos de empleo generados por el desarrollo de las nuevas tecnologías hacen que el volumen de empleo se reduza, que éstos sean de menor calidad. Todo se autoalimenta y se refuerza a sí mismo con lo que no se hace nada más que reforzar esta tendencia. Sólo la movilidad internacional y el desarrollo del autoempleo actúan necesariamente como “válvulas de escape”.
Las fuerzas básicas que actúan socavando las organizaciones corporativas tradicionales y rompiendo las estructuras jerárquicas son la necesidad de adaptarse a cambios continuos, la diversidad (cultural, de origen y de sexo) y la invasión de la tecnología.
Tradicionalmente las organizaciones se han estructurado internamente para la permanencia de un orden o sistema. Las personas cooperan en parte porque saben dónde encajan y en parte porque saben que su relación será duradera y que si el orden es transgredido por ellas, ese recuerdo volverá para atormentarlas. Si no se asume una posición conservadora en el desarrollo de una carrera profesional es muy posible que en base a esta necesaria lealtad consigo mismo muchos empleados “de talento” deseen encontrarse y vivir en otros escenarios en donde exista un mayor espacio de libertad y en donde ellos sean los actores fundamentales de su desarrollo. En el fondo tienden a desarrollar su empleabilidad por sí mismos.
La promesa de seguridad en el empleo es algo que hoy ni las organizaciones pueden ofrecer (excepto en el sector público y ya veremos durante cuánto tiempo) y muchos de los profesionales jóvenes ya no demandan.
Y sin embargo ambos están, en principio interesados, en que la relación fructifique y se mantenga durante un tiempo dilatado. Esta contradicción parte del criterio de que para las organizaciones el coste del reclutamiento, selección, y formación del talento es muy elevado y de que, al mismo tiempo, las personas precisamos una cierta estabilidad y continuidad para nuestro desarrollo personal.
Soy uno más de los que piensan que la única manera de resolver esta aparente contracción parte del compromiso recíproco en el desarrollo del concepto de Empleabilidad.
Un concepto que he definido como lo que permite a una persona poseer los conocimientos habilidades, aptitudes y actitudes necesarias para ser capaz de mantener un nivel de atracción en el mercado aún en el supuesto de una posible pérdida de empleo no voluntaria. o en otros términos, la capacidad de aportar valor y seguir siendo atractivo para el mercado en todo momento.
La empleabilidad se fundamenta en la capacidad, la destreza y la reputación o marca personal. Una buena gestión en este campo hará que se incremente la atracción de una organización que podrá reclutar a contratar a mejores profesionales. Es como siempre, “el gato que se come la cola”.
Sin embargo la empleabilidad es a veces contradictoria con el concepto de lealtad. Para un individuo una comunidad de lealtades proporciona un sentido especial de identidad: uno es un empleado de una compañía, miembro de un partido político, socio de un club deportivo, o de una determinada comunidad, en muchos casos como su padre lo fue antes; esto define con quién se relaciona, cómo vive, qué expectativas tiene.
Si esta afiliación desaparece la identidad se pierde. ¿Pueden nuestro jóvenes llegar a tener problemas de identidad?
Deja tu comentario