Aunque a menudo las estadísticas nos llevan al autoengaño es indudable que seguimos con una reducción de los puestos de trabajo como consecuencia de la constante implantación de los procesos de robotización/digitalización.
En otras palabras, estamos asistiendo a una tendencia que pronto nos obligará a modificar los criterios que en los últimos 200 años han venido definiendo el concepto de trabajo/empleo. Empezando por el hecho de que éste ha sido, desde la revolución industrial, el elemento central de la vida humana y el eje sobre el que se han estructurado las sociedades más desarrolladas.
Pero… ¿y si entendiésemos este concepto de otra manera?.
Por un lado, deberíamos empezar a plantearnos seriamente el reparto de los puestos de trabajo/empleos de la manera más equitativa entre un número mayor de personas. Un proceso que, por otra parte, ya se está produciendo de alguna manera con la sustitución de los puestos de trabajo “antiguos” por otros de menor valor añadido y en condiciones de precariedad.
Por otra deberíamos de establecer nuevos paradigmas laborales en los que muchos de los elementos del balance entre vida profesional y vida personal podrían a su vez redefinirse bajo parámetros más flexibles. Después de todo… ¿por qué ocho horas? ¿Quién – y hace cuánto – definió que esa era la métrica adecuada?, y ¿para qué? En realidad, la jornada laboral de 8 horas diarias fue una conquista de los trabajadores gracias a la lucha sindical y el resultado de un compromiso establecido cuando las condiciones del trabajo eran muy diferentes de las que hoy viven la gran mayoría de los seres humanos.
En un entorno laboral en el que los trabajos más físicos y repetitivos tienden a ser ocupados por máquinas ¿no tendría sentido plantearse una revisión de estos principios generales? En ningún caso hablamos de verdades absolutas o universales. ¡La norma de 8 horas diarias y 40 horas semanales puede y debe ser modificada! Aunque su modificación debería de hacerse teniendo como elementos clave desde la necesidad de resolver el problema del reparto delos empleos existentes, el mantenimiento de la productividad, y la mejora de la calidad de vida de una gran mayoría de los seres humanos.
Por todo ello, y tal como ya me he manifestado repetidamente, me reitero en mi criterio contrario a la reducción del tiempo de trabajo, cuando además esta decisión esta tomada, exclusivamente, desde una perspectiva electoral/política, no es consecuencia de un compromiso entre los distintos actores sociales, y se impone sin tomar en cuenta ni las necesidades de nuestro situación económica, ni el contexto empresarial mayoritario en el país, ni un análisis profundo relativo al reparto del trabajo socialmente disponible.
En resumen la reducción del tiempo de trabajo no va a resolver ninguno de los problemas con los que debemos o deberíamos enfrentarnos. Al contrario va a profundizar si cabe la falta de equidad en las condiciones laborales que hoy es ya bastante común en nuestro mercado de trabajo.
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