Es evidente que, en el siglo XXI, la dinámica laboral ya no es lo que era. Ninguna relación es permanente: ni para las empresas, ni para sus colaboradores.
En el futuro no vamos a poder ni debemos esperar mantener relaciones profesionales a largo plazo ni desarrollar una trayectoria profesional en una solo campo.
Una formación de calidad, una especialización específica en áreas de alta demanda, una motivación extraordinaria… son elementos que hacen que un profesional se convierta en objeto de deseo y pueda llegar a ser ‘tentado’ por el mercado. Pero, sin embargo, lo que es hoy es atractivo se convierte rápidamente en obsoleto.
Todos los puestos de trabajo tienen, hoy en día, una mayor o menor dosis de riesgo.
El futuro de cada uno de ellos depende de una serie de variables: la actuación individual, la capacidad de supervivencia de la compañía, decisiones estratégicas -más o menos- tomadas en la lejanía y a espaldas de nuestra contribución y motivación. Y también de la suerte.
Todos necesitamos una cierta seguridad para mantener un equilibrio personal.
Si esta seguridad no se deriva del hecho de estar empleado, entonces debe derivarse de algo nuevo. Si la promesa de seguridad en el empleo de larga duración no se puede esperar de ninguna organización, sí que podemos demandar que contribuya a potenciar y desarrollar nuestra empleabilidad.
¿Qué crees que debería hacer tu organización para desarrollar tu empleabilidad?
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