Las cifras de desempleo destacadas por la EPA del tercer trimestre y sobre todo las nulas esperanzas de mejora en las perspectivas a corto plazo resultan francamente alarmantes.
No soy el primero ni el único de los extrañados con el hecho de que en la situación que estamos viviendo (a pesar de la influencia real de la cada vez más importante cuota de economía sumergida) no se hayan producido ya estallidos sociales realmente graves.
Resulta perfectamente constatable que el alto volumen de desempleo de nuestro país (y el hecho de que seamos los primeros en el ranking de destrucción de empleo en la UE) se debe a la suma de diferentes factores: de una parte factores estructurales como la crísis internacional iniciada en los EEUU con las hipotecas denominadas basura, por otra de factores locales y propios como es el peso del sector de la construcción en nuestra economía, pero también de la estructura y características de nuestro modelo laboral y de nuestro mercado de trabajo.
Soy uno más de los que pienso que la reforma laboral que se ha realizado tendrá probablemente un alcance limitado porque se fundamenta en la creencia, probablemente ingenua, de que con la reducción de los costes de despido y la desaparición de procesos administrativos y burocráticos es suficiente y que en el momento del cambio de ciclo se liberarán unas fuerzas del mercado reprimidas hasta este momento, que por sí mismas resolverán todos los problemas de nuestro mercado de trabajo y reducirán significativamente los niveles de desempleo.
Lamentablemente no creo que sólo con un mercado laboral más flexible y eficiente y con unas relaciones laborales en la empresa menos encorsetadas por normas y regulaciones, muchas veces tendentes solamente a potenciar una dualidad perversa en el status contractual, podamos realmente resolver nuestro problema de empleo.
Tenemos claramente un problema de empleabilidad y éste, lamentablemente sólo se resolverá a largo plazo y como consecuencia de cambios radicales en nuestra cultura laboral y sobre todo en nuestro modelo formativo.
Afirma Rafael Pampillon en EL PAIS. “en los libros de economía se enseña que los objetivos de toda política económica son cuatro: crecimiento económico, pleno empleo de la mano de obra, estabilidad de precios y equilibrio exterior” Estoy plenamente de acuerdo con él en el sentido de que no parece ser que seamos capaces de cumplir ninguno de los fundamentos descritos. Es evidente que no vamos a tener un crecimiento económico en 2012 ni por lo que parece en 2013, o que éste, si se produce, sea mínimamente perfectible.
No vamos a ser capaces de generar crecimiento económico sostenible ni crear puestos de trabajo en volumen suficiente que permita reducir significativamente el número de desempleados hasta probablemente 2014 como muy pronto. Parece también bastante complicado que no vayamos a tener una tendencia claramente inflacionista en los precios al consumo (de hecho ya la estamos constatando en los últimos meses), Por último, aunque en este factor si se está constatando alguna mejora, no parece que seamos capaces de modificar sustancialmente, por lo menos a corto plazo, nuestras cuentas con el exterior.
Las reformas en habría que haberlas hecho en tiempos de bonanza. Sin embargo reconozco que es muy fácil hablar a «toro pasado». Pero si no las hicimos cuando hubiesen sido más fáciles de digerir ello no significa que no sean necesarias. El hecho de que seamos los primeros en el ranking de destrucción de empleo de las economías de la UE, a alguna reflexión nos debería de llevar.
No tiene, en estos momentos, ningún sentido seguir pensando que hemos perdido una excelente oportunidad (en los años 2000/2008) para enfocar reformas que hoy hubiesen reducido el volumen de pérdidas de empleo que hemos vivido y que favorecerían la contratación en el momento en que se inicie el cambio de ciclo.
Es indudable que el espíritu mental del concepto, al que estamos tan lamentablemente abocados, que se resume en la frase tan nuestra de “vuelva Vd. mañana” o en su versión “mañana será otro día” no resulta la mejor receta para el enfoque de la situación del mercado de trabajo.
Refuerzo el argumento. Cuando hablo de reforma, no me refiero simplemente al debate sobre las fórmulas técnicas y jurídicas que deberían dotar de mayores niveles reales de flexibilidad a nuestro mercado de trabajo, porqué estas ya están esbozadas en la ley 3/2012. Me refiero a reformas de calado que consigan modificar nuestra “cultura social” lamentablemente integrada en nuestro ADN que no potencia ni el esfuerzo ni prima el talento y que permite, por ejemplo, a un reconocido diputado socialista referirse a las prestaciones por desempleo como “un derecho” al que todos tenemos la opción de acceder.
Es evidente que, al margen de algunas reformas que son estrictamente necesarias para afrontar los retos que nos depara el futuro, debemos también hacer cambios sustanciales sobre nuestra “cultura social sobre el trabajo” si de verdad queremos enfrentarnos con éxito a los retos que nos depara el próximo futuro. Cambios culturales que pasan necesariamente por desarrollar el concepto de empleabilidad.
Cuando la confianza en el futuro se ha convertido en un bien escaso, cuando muchos de nosotros huimos de inculcar a nuestros jóvenes el valor del esfuerzo es bueno recordar de nuevo el mensaje de Albert Eisntein “El problema de las personas y de los países es la pereza para encontrar las salidas y las soluciones. Sin crisis no hay desafíos, sin desafíos todo es rutina. Es en la crisis donde aflora lo mejor de cada uno, porque sin crisis todo viento es caricia. Ante la crisis la única receta es el trabajo duro. Acabemos con la única crisis amenazadora: la tragedia de no querer luchar por superarla”.
Recordemos para terminar otra de sus frases “Quien atribuye a la crisis sus fracasos y penurias violenta su propio talento. La verdadera crisis es la crisis de la incompetencia”.
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