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Hoy es habitual encontrarnos con empresas y organizaciones, tanto del sector privado como del público  que proclaman, con gran firmeza, su amor por todo lo relacionado con los procesos de innovación. Unas proclamas que, a menudo, no son más que un “brindis al sol”.

Mientras que en las organizaciones privadas que anteponen la oferta de valor a sus accionistas a corto plazo será muy difícil conseguir financiación y recursos para el desarrollo de la innovación, en las públicas, que a menudo responden a intereses políticos cortoplacistas, pueden existir los recursos pero falta la motivación y el compromiso para gestionarlos adecuadamente. Cuando esto ocurre las organizaciones abordan desafíos equivocados y no se ocupan de las causas, sino de los efectos.

Las dificultades que podemos encontrar en la medición del impacto de los procesos de innovación no pueden ser óbice para que estos no se lleven a cabo. La prueba del algodón para detectar con que tipo de organización nos enfrentamos en el análisis de estos procesos es la relevancia que dan a los aspectos relativos al análisis y la medición de su impacto. Una primera tipología, son las que tienen equipos directivos que se la plantean con seriedad y que empiezan por disponer de un conjunto robusto de datos y evidencias para dar apoyo e impulsar los procesos de innovación. El objetivo es obtener datos (KPIs) sólidos y potentes. Son profesionales que tratan de constatar y medir los resultados de las inversiones (en tiempo y dinero) y se esfuerzan por detectar los avances, pero también los fallos, con los que se encuentran en el proceso. Impulsan un modelo de carácter híbrido, están centrados en la búsqueda de la eficiencia y en la mejora de los resultados y métricas de la actividad, y que, en muchos casos conseguirán aplicarla a los productos y/o servicios que ofrecen a sus clientes/usuarios.

En el otro lado de la balanza nos encontramos con organizaciones y equipos directivos que, aunque afirman mantener una preocupación e interés por los procesos de innovación, lo hacen simplemente como una estrategia vacía. Poco o nada se mide, ya que el único objetivo es el de maximizar el impacto en las acciones de marketing, comunicación o relaciones públicas. Estas organizaciones disponen de centros de innovación y de especialistas dedicados a estas actividades pero cuya única tarea es la de transmitir la idea de que surfean en la ola del futuro. En realidad, continúan desarrollando sus actividades/operaciones siguiendo los criterios y formatos tradicionales sin ningún interés por validar y/o implantar las propuestas que se les formulen desde el “área de innovación”. Muchas de ellas siguen actuando exactamente como lo han hecho siempre, pero intentan vestirlo con algún elemento de supuesta modernidad.

Puede incluso existir un tercer perfil que es el que conforman las organizaciones que usan la innovación simplemente para enmascarar las carencias que tiene en determinadas ámbitos de su propia estructura. Un perfil que resulta ser mucho mas común de lo que se supone en el sector público.

Lo que termina ocurriendo es que los clientes/usuarios somos más sabios de lo que a menudo se cree y percibimos claramente estas estratagemas. Nos sentimos cómodos con aquellos que actúan de forma coherente y tendemos a no sentir atracción ninguna por el resto. El futuro reclama transparencia. Nada, salvo la evidencia, puede proporcionarla y desde luego nunca campañas superficiales de marketing. En el sector privado los clientes terminamos eligiendo a aquellos que nos ofrecen productos y servicios de calidad que se ajustan a nuestras necesidades y con unos precios competitivos. En el sector público, donde la competencia no actúa como elemento incentivador, el problema puede agravarse aunque sería relativamente fácil analizar y validar el grado de satisfacción de los usuarios/ciudadanos.

Aunque pueda ser complejo establecer criterios objetivos todos/as deberíamos de incrementar nuestro nivel de exigencia.