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A muchos nos ha sorprendido no tanto el resultado de las pasadas elecciones en los EEUU como la gran diferencia en el número de votos.

Hay que reconocer que Donald Trump ha obtenido una extraordinaria victoria , aunque esta esté asentada en el malestar y el resentimiento. Dos actitudes que pueden ser la génesis de que Harris haya perdido más de 11M de votos respecto a los conseguidos por Biden en la anterior campaña.

Un malestar y un resentimiento que es consecuencia de la falta de objetivos y metas por los que luchar y por la sensación (cada vez más extensa socialmente y no sólo en los EEUU) de que el gobierno se ha convertido en un inconveniente dada su incapacidad para mejorar la vida de las personas y resolver los problemas con los que estas se enfrentan su día a día.

A menudo se ha afirmado (y además con razón) que los EEUU son los primeros en definir una tendencia social que más tarde se expande por el resto del planeta. Una tendencia que desde mi personal punto de vista se centra en la batalla entre democracia y populismo y que está ganando (aunque es posible que sea temporalmente) el segundo de los conceptos. Y, ¿Cuáles serían los elementos claves de esta tendencia? El primero es el de castigar al gobierno saliente (con independencia de cuál sea su posición ideológica), el segundo el desprecio entre las dos clases sociales que están conformando la nuevas estructuras sociales (las clases medias se están viendo reducidas al mínimo), el tercero la mala percepción sobre la situación económica, y el cuarto el miedo/rechazo a la inmigración relacionándola directamente con los factores de inseguridad.

«La desigualdad es la brecha por donde se cuela la libertad«, afirma Josep Ramoneda en el libro Poder y Libertad. “Los votantes se han preguntado cómo están hoy, se han comparado con el pasado y se han contestado que peor” escribe Manuel Perez en un reciente artículo en La Vanguardia.  “Si la filosofía es el arte de hacer preguntas pertinentes, hoy hay muchas que hacer a quienes se aventuran a pensar” una frase que Esther Vera incorpora en un artículo publicado en Ara. Reflexiones que nos sitúan ante la realidad que estamos viviendo hoy y que debían de merecer nuestra atención. La victoria de Trump en este sentido no es más que un hito más en un proceso que nos sitúa ante el dilema del futuro de la democracia.

Todo parece indicar que el resultado de las elecciones en los EEUU supone un fuerte impulso en el camino que conduce a un nuevo sistema político en el que algunos de los valores que entendemos como democráticos pierden sentido. Un sistema en el que se mantendrán alguno de los elementos formales inherentes al democrático pero que en la realidad se fundamentará en el totalitarismo populista. Creo que no hace falta recordar que Hitler (y no quiero que nadie piense que estoy asimilando a Trump con él) llegó al poder como consecuencia de un proceso electoral democrático y que esté adjetivo podría describir a algunas de las fórmulas que ya controlan el poder político en alguno de los más relevantes países de nuestro mundo.

Ante esta tendencia que parece irreversible cabe que nos formulemos algunas preguntas como: ¿seremos capaces de afrontar y luchar por evitar la desidia que lleva a la decadencia de los principios democráticos?, ¿Cómo vamos a afrontar la era de la inmediatez y la del desprecio de la verdad?, ¿Qué efectos van a tener las nuevas estructuras económicas que promueve el nuevo presidente de los EEUU?, ¿Cómo vamos a afrontar el problema de la inmigración?, ¿Qué tenemos que hacer para afrontar el reto del cambio climático? etc.

Estábamos ya dando los primeros pasos de una nueva era que se ha revelado con toda su fuerza con el resultado electoral en EEUU. Una era en la que la dicotomía tradicional entre derecha e izquierda ya no es la clave para explicar el devenir de los acontecimientos políticos. La derecha está difuminándose en la ultraderecha y la izquierda ha perdido el norte despreciando la relevancia de los factores económicos y se centra únicamente en los de carácter moral llegando incluso a extremos que no están siendo bien aceptados por una gran masa social. Unos factores que hoy no son suficientemente relevantes para muchos votantes que enfrentados a realidades complejas optan por alternativas que parecen más centradas en resolver los problemas diarios con los que se enfrentan.

Por ello emergen unas nuevas realidades que actúan dando impulso a los comportamientos populistas y ante las que la respuesta más habitual es la desafección y la indiferencia.