Tiempo de lectura: 4 minutos

2026 no será un año cualquiera para el empleo. Será probablemente el año en que muchas certezas del siglo XX empiecen a colapsar.

Un nuevo contexto en el que la pregunta sea no “en que vamos a trabajar” sino “que sentido tendrá hacerlo” Y eso, por incómodo que suene, marcará una frontera entre quienes entienden el empleo como un contrato y quienes lo vivan como un sistema vivo.

Porque el empleo, al margen de situaciones puntuales, tal y como lo conocimos, está mutando. No por decreto ni por reforma laboral, sino por una recombinación profunda entre inteligencia artificial, datos, propósito y vulnerabilidad humana. 2026 será el inicio constatable de un punto de inflexión: cuando los algoritmos ya no se limiten a recomendar empleos, sino que empiecen a diseñar trayectorias laborales personalizadas, a predecir crisis profesionales y a decidir —con más o menos transparencia— quién merece una oportunidad.

El algoritmo como nuevo intermediario

Hasta ahora, el empleo tenía tres mediadores: las empresas, los servicios públicos y los portales de búsqueda. En 2026 el mediador empezará a ser el algoritmo. No hablo de ciencia ficción. Ya en 2025, los sistemas de IA generativa empezaron a construir perfiles de competencias dinámicos y a traducir CVs en “modelos predictivos de empleabilidad”. En 2026, esos sistemas empezarán a estar integrados en plataformas como los espacios de datos del empleo y los pasaportes digitales de competencias.

El efecto será ambivalente: por un lado, una orientación cada vez más personalizada y soportada en herramientas digitales, donde cada persona tendrá la opción de acceder a itinerarios formativos y laborales basados en su evolución real, no en su título académico. Por otro, una amenaza de exclusión invisible, porque quien no esté conectado al sistema de datos simplemente no existirá. La desigualdad laboral empezará a computarse no sólo por el acceso al empleo sino por el acceso al dato.

Los nuevos empleos (y los que no lo parecen)

2026 consolidará un cambio silencioso: los empleos no desaparecerán, se desintegrarán. No habrá una gran extinción laboral, sino una disolución progresiva de tareas en flujos automatizados. Los sectores más afectados no serán los obvios —manufactura o transporte—, sino los de cuello medio: administración, atención al cliente, orientación, gestión de proyectos. La automatización ya no sustituye operarios; sustituye mediadores.

Pero, al mismo tiempo, (he preguntado a la IA) sobre cuáles van a ser los nuevos roles laborales y la lista que me propone es surrealista e imposible de clasificar con las nomenclaturas tradicionales. Me cita los términos siguientes: Curadores de prompts, Entrenadores de IA, Sintetizadores de conocimiento. Facilitadores de transición profesional (esto si que me suena), Arquitectos de espacios de datos sectoriales. (¿debería?) y Mediadores humanos en procesos automatizados. No sé si intencionadamente o no no toma en cuenta los empleos en lo que ya se denomina como economía de los cuidados. También he de deciros que respecto a este último rol (los empleos dirigidos a cuidar a los algoritmos) se reitera en que estos existirán y serán cuantitativamente significativos.

No se muy bien, o la IA esta loca… o el que estoy loco soy yo.

En todo caso el proceso que ya estamos viviendo y que se va a consolidar el próximo año no es “solo el qué” sino “el para quién” vamos a trabajar dado que día a día los empleos se fragmentan en comunidades de propósito, proyectos distribuidos y ecosistemas interdependientes. Trabajar ya no será pertenecer a una empresa, sino formar parte de una red.

El nuevo pacto laboral: confianza, reputación y trazabilidad

En el futuro (y 2026 es el futuro) el contrato de trabajo será una pieza secundaria. Lo central será la reputación digital y la trazabilidad de competencias. El pasaporte de competencias no será un PDF bonito, sino un gemelo digital que certificará en tiempo real qué sabes hacer, cómo evolucionas y con qué impacto. La confianza no vendrá del papel, sino del dato.

Esto implica una revolución en las relaciones laborales que se definirá por elementos como los siguientes:

  • Las empresas y organizaciones deberán centrarse en atraer, desarrollar y retener talento.
  • Las personas (trabajadores/empleados) dependerán más de su huella de aprendizaje y competencias y menos de su capacitación formal.
  • Los Sistemas de Empleo (tanto públicos como privados) deberán aprender a operar como plataformas abiertas y no como ventanillas.

El empleo dejará de estar basado en una relación formal/jurídica para estar centrado en una relación de confianza digital. Y esa transición —si no se gobierna con ética, transparencia y justicia— puede convertirse en el mayor experimento social del siglo XXI.

El dilema humano

Por debajo de todo esto late una pregunta más incómoda: ¿Qué haremos cuando el binomio trabajo/empleo dejen de ser el centro de nuestra identidad? Durante décadas, el trabajo nos dio estatus, rutina y pertenencia. Pero si la IA nos libera (o nos expulsa) de buena parte de las tareas, tendremos que inventar nuevas formas de sentido y de redistribución del valor.

En 2026 este proceso se consolidará. Probablemente no será un año catastrófico en temas cuantitativos (el desempleo va a crecer, pero no significativamente) pero puede ser el primero de los años en los que constatemos un vacío al descubrir que lo que nos cuentan sobre nuestro mercado de trabajo no es real y cuando descubramos que producir no es lo mismo que contribuir. no será el año de la catástrofe laboral, sino el año del vacío simbólico: cuando descubramos que producir no es lo mismo que contribuir.

El reto no será técnico, sino cultural. Deberíamos (no se si vamos a ser capaces de hacerlo) empezar a repensar muchas de las políticas públicas de empleo que deberían de dejar de ser “administradoras de situaciones de desempleo” para convertirse en acciones de futuro centradas en el aprendizaje, la orientación y la inclusión. Y la ética del empleo deberá incorporar algo que el mercado ha olvidado: el derecho a la relevancia humana.

Conclusiones:

2026 no puede ser un año en el que sigamos replicando los modelos del pasado, aunque eso si revestidos con herramientas del siglo XXI. Debería de ser el año del inicio de un nuevo ciclo. Aquel en el que, convencidos de que el empleo cambia para siempre, iniciemos la construcción de un nuevo modelo basado en la capacidad humana de adaptación y centrado socialmente en la equidad y la responsabilidad colectiva y técnicamente en la eficiencia, la transparencia, y la trazabilidad. Un futuro en el que no sólo sobrevivan los que “tengan suerte” o estén más dispuestos a aprender, desaprender y reconfigurarse porque el desafío individual no será tener un trabajo, sino tener un significado.