Los profesionales tenemos hoy dos grandes opciones ante el cambio: Apostar decididamente por reinventarnos o prepararnos para una lenta decadencia.
Sin embargo la reinvención exige la capacidad de detectar por ´donde van las cosas´un alto conocimiento de nosotros mismos y objetividad en el autoanálisis.
Como seres humanos disponemos de la mejor máquina posible. Una máquina llamada cerebro que dispone de la tecnología más sofisticada para la reinvención personal, que sólo pesa 1,5 kg, pero que contiene 75 mil millones de neuronas. Una máquina que es preciso conocer y desarrollar, que está muy preparada para gestionar hábitos pero que resulta poco eficaz cuando lo que procede es cambiarlos. Una máquina que ama la rutina pero a la que es posible impulsar para adaptarse al cambio.
El principal freno al cambio proviene del hecho de visualizar el futuro con los ojos del pasado. Debemos aprender a aprender pero sobre todo a desaprender.
Aprender nunca es urgente, por ello la principal medida a largo plazo del valor de un profesional es su capacidad para reinventarse. En el contexto de transformación que estamos viviendo hoy, necesitamos aprender a vivir en entornos líquidos, inciertos y con cambio acelerado, a pesar de que fuimos educados para enfrentarnos a entornos más estables. En el mundo de hoy –en constante cambio- lo más valioso del conocimiento que poseemos no es lo que podemos hacer con él sino la capacidad que nos da para hacernos nuevas preguntas.
Debemos tomar consciencia de nuestra capacidad de adaptación, y de que nosotros mismos somos los responsables de ello. Adoptar nuevos comportamientos es una actitud que favorece el cambio, aunque muchas veces hay que buscarlos fuera de nuestro entorno y saber reconocerlos. Aprender y crecer profesionalmente es conversar y conectarse, las personas más eficientes son las que crean mejores conexiones y más diversas. Necesitamos reconocer a los mejores profesionales, los más creativos e innovadores, para acabar siendo como ellos.
Tener buenos propósitos no implica cambiar. Para que los propósitos se conviertan en realidad hace falta voluntad, perseverancia y pasión. La pasión genera creatividad y energía para reinventarse, permite caminar agotado y convierte lo pequeño en extraordinario. No debe de importarnos el fracaso. En nuestra era debemos acostumbrarnos a pasar por momentos de éxito y fracaso de forma continuada.
Recordemos que somos una especie que en condiciones normales, y si no somos estimulados, tendemos a mantener los hábitos y que muestra una cierta resistencia al cambio. Para cambiar necesitamos saber donde vamos (objetivos) más la motivación y pasión para alcanzarlos.
Sin reinventarse no hay crecimiento, pasión ni probablemente felicidad.
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