Desde que he ido aprendiendo y experimentando en el uso de la IA me planteo si es lícito su uso y hasta dónde puedo o debo llegar.
En cualquier caso he de reconoceros que cada día la uso con mayor intensidad para redactar y sobre todo estructurar las reflexiones que como ésta conforman el diálogo que 2 veces por semana mantengo con todos vosotros y vosotras.
Cada vez que uso la IA hay una pregunta que me ronda la cabeza: ¿soy yo quien escribe realmente? Porque, en la línea de lo planteado en la reflexión anterior, muchas de las palabras (espero que no las ideas) de estos textos nacen de mis conversaciones (cada vez más profundas y concretas) con una inteligencia artificial. No simplemente como una herramienta de corrección, ni como un diccionario sofisticado. A veces es coautora. A veces es casi médium. ¿Es eso lícito? ¿Estoy engañando a mis lectores, o a mí mismo? ¿O simplemente estoy usando un nuevo espejo para pensar en voz alta?
De Platón a los diálogos con la IA:
Desde que existe la escritura, ha existido el temor a que deje de ser «auténtica». Platón ya recelaba del papel: temía que escribir enfriara el pensamiento, lo hiciera menos vivo. Hoy, algunos ven a la Inteligencia Artificial como un escalón más.
Es como si el uso de la IA vaciara de alma lo que uno expresa. Aunque si lo pensamos bien -¿qué hace la IA? No piensa por mí. No me sustituye. Lo que hace es, en cierto modo, devolverme lo que ya estaba dentro de mí, pero organizado, y estructurado. Es como una conversación profunda con alguien que escucha bien, provoca mejor, y escribe más rápido que yo. Y de hecho quiero recordaros que los primeros títulos que escribí con su apoyo (allá por Noviembre del 2023) tenían este titulo. A saber: Diálogos con la IA.
La ilusión del autor solitario
Nos han enseñado a creer que el pensamiento individual es puro y que la autoría es sagrada. Pero eso nunca ha sido del todo cierto. Cualquier texto es un collage: de lecturas pasadas, de conversaciones, de intuiciones y de frases leídas y escuchadas en entornos diversos. El yo que escribe nunca ha sido un monolito. Es un enjambre.
Utilizar a la IA para escribir no rompe esa lógica: la hace explícita. Nos devuelve nuestras propias ideas, pero pasadas por filtros que cuestionan nuestras propias certezas, nos obligan a revisarlas, a confrontarlas. Nos plantea nuevas perspectivas y percepciones. En mi caso intento siempre revisar a fondo todo lo que me propone.
¿Dónde empieza la trampa?
Ahora bien, hay una diferencia entre usar la IA como extensión del pensamiento y otro usarla como simulacro. Si le pido que me redacte algo que no he pensado, que me invente una opinión que no tengo o que construya una narrativa solo porque suena bien, ahí sí hay una cesión preocupante. No por una cuestión de propiedad intelectual, sino de integridad.
Lo lícito no se juega solo en el plano legal, sino en el ético. ¿Estoy utilizando esta tecnología para pensar mejor o para evitar pensar? ¿Estoy diciendo algo genuino, aunque lo haya dicho con ayuda?
Si el texto final refleja lo que verdaderamente quiero expresar —aunque haya pasado por el tamiz de una IA—, entonces no hay trampa. Hay colaboración. Como cuando un editor afina lo que hemos escrito sin cambiar la intención y las motivaciones que nos han llevado a redactarlo.
¿Quién tiene la voz?
Otra inquietud legítima es la del estilo. ¿Dónde queda mi voz, mi tono, mi rareza? ¿Corre el riesgo de homogeneizarse todo si dejamos que las IA redacten nuestros pensamientos? Aquí la clave está en la intervención. Cuando simplemente delegamos, sí, puede diluirse la personalidad. Pero cuando usamos la IA como contrapunto, como asistente crítica, entonces podemos afilar aún más nuestra forma de decir. Porque nos obliga a decidir: ¿esto lo diría yo así? Y si no, ¿Cómo lo diría mejor?
La IA, bien usada, es un gimnasio de estilo. Redacta como nosotros porque la hemos entrenado. De hecho, yo me sorprendo a menudo, con sus respuestas. Podemos entrenarla, es una herramienta pero también un espejo con memoria.
La honestidad como brújula
Entonces, ¿es lícito que una IA escriba mis reflexiones? Si soy honesto conmigo mismo, y con quien me lee, sí. Porque lo que comparto sigue siendo mío: son mis ideas, mis dudas, mis intuiciones. Solo que he usado una tecnología para ponerlas en forma, como antes se usaban un café fuerte, una libreta rayada o una charla con alguien lúcido. Por tanto lo ilícito no es el uso de la IA. Lo ilícito es usarla para fingir que he pensado algo que no he pensado, que siento algo que no siento, que soy alguien que no soy.
Dos reflexiones finales: Quizás lo más transformador de escribir con una IA no es lo que cambia en el texto, sino lo que cambia en la relación con uno mismo. Ya no estoy solo frente a la página en blanco. Estoy en diálogo. Y ese diálogo —cuando no es delegación perezosa, sino confrontación creativa— me enriquece. La segunda: Escribir nunca ha sido un acto individual. Es una conversación entre tiempos, voces, lenguajes. Si hoy esa conversación incluye a la IA, no significa que haya traicionado la escritura, sólo que hemos encontrado otra forma de cuidarla.
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