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En este post pretendo reflexionar sobre una experiencia de implantación de una RBU. Un análisis sobre el experimento alemán que está sacudiendo conciencias

Imaginémonos que, de pronto, te dicen que vas a recibir 1.000 euros al mes durante un año. Sin condiciones. Sin papeleo. Sin que tengas que demostrar nada. Simplemente, te llega una notificación: “Has sido seleccionado para vivir con una renta básica”. ¿Qué harías con esa libertad? ¿Qué cambiarías en tu día a día?

Esa no es una fantasía futurista ni una utopía digital salida de una DAO cripto. Se trata de una experiencia de implantación de la RMU originada y financiada por una iniciativa no pública. Un proyecto que se está desarrollando en Alemania desde 2014, Mein Grundeinkommen e.V., una organización que decidió no esperar a que los gobiernos se movieran y optó por lanzar su propio experimento ciudadano de renta básica universal. Sí, habéis leído bien “una renta básica financiada por la propia gente”.

La historia arranca con Michael Bohmeyer, un emprendedor de Berlín que, tras vender su startup, se dio cuenta de que podía vivir modestamente sin tener que trabajar a tiempo completo. Lo que más le sorprendió no fue el dinero en sí, sino cómo cambiaba su relación con el tiempo, la productividad y la motivación. Entonces se le ocurrió una pregunta sencilla y poderosa: ¿Qué haría la gente si tuviera acceso a una renta básica?”

En vez de quedarse filosofando, lanzó Mein Grundeinkommen (Mi Renta Básica), una plataforma donde cualquier ciudadano puede inscribirse y participar en sorteos públicos para recibir una renta mensual de 1.000 Euros durante 1 año. El dinero no procede de las AAPP, ni de la UE, ni de ningún grupo bancario o de otra naturaleza.  Los fondos que financian el proyecto se generan a través de pequeñas donaciones de miles de personas que creen que hay otra forma de distribuir la riqueza y el bienestar. Es crowdfunding convertido en política económica experimental. Economía circular, pero emocional.

¿Qué está pasando con las personas que reciben esta renta? de la que han sido beneficiarias más de 1000 personas. Lo interesante no es solo la cifra, sino las historias. Hay quien ha usado ese dinero para volver a estudiar, montar un negocio, escribir un libro o, simplemente, respirar hondo después de años de ansiedad económica. Una mujer dejó un trabajo tóxico para cuidar de su salud mental. Un padre se tomó un año para estar más presente en la vida de su hija. Un joven decidió experimentar con nuevas formas de arte sin miedo a fracasar.

¿Y lo más importante? Nadie se tiró al sofá a no hacer nada. Al contrario: el efecto más repetido es la activación vital. Es como si quitar el miedo a llegar a fin de mes desbloqueara una parte del cerebro que teníamos oxidada por la presión.

¿Y esto tiene base científica o es puro buenismo? Pues sí, también hay datos duros. Mein Grundeinkommen no se ha quedado solo en lo emocional. En 2021 lanzaron, junto al Instituto Alemán de Investigación Económica (DIW Berlin), un estudio controlado aleatorio dirigido a analizar las diferencias entre un grupo de 122 personas que reciben la renta y otro grupo de control que no la recibe.

El estudio está en marcha, pero ya ha captado atención internacional. No es el típico piloto de política pública, cerrado y tecnocrático. Es una mezcla entre ciencia social, storytelling colectivo y laboratorio de futuro.

¿Qué podemos aprender de todo esto?

En primer lugar, que la RBU no es solo una idea de economistas o activistas. Puede ser un movimiento cultural que nace desde abajo. Lo de Mein Grundeinkommen nos recuerda que no todo tiene que venir desde las instituciones. A veces, la innovación real surge cuando la ciudadanía toma la iniciativa y convierte la empatía en infraestructura.

En segundo término, que la RBU no es sólo una política económica. Es una pregunta radical sobre el valor del trabajo, el tiempo, la dignidad y el derecho a existir sin condiciones. Es preguntarnos si el sistema actual es el mejor que podemos imaginar o si simplemente nos hemos acostumbrado a sobrevivir en él.

Tercero, que el experimento alemán no busca “demostrar” que todos deberíamos tener renta básica mañana mismo. Busca abrir conversaciones. Romper clichés. Provocar preguntas. Y eso, en los tiempos que corren, puede ser muy revolucionario.

¿Y si lo hiciéramos aquí?

La pregunta incómoda es inevitable: ¿por qué no estamos haciendo algo así nosotros? ¿Qué pasaría si en vez de gastarnos millones en subsidios condicionados, burocracia infinita y auditorías ineficientes, probáramos con algo tan simple como confiar en la gente? Es posible imaginar que ocurriría si una comunidad, un barrio, una ciudad decide aplicar este experimento. Muchos dirán que nuestra mentalidad y nuestra cultura es diferente a la alemana, pero… nadie lo sabe, ¿Verdad?

Mein Grundeinkommen no es la solución mágica. Pero sí es una grieta poderosa en la pared del “esto siempre ha sido así”. Y por esa grieta entra algo que nos hace falta urgentemente: aire, imaginación y la posibilidad de vivir con menos miedo.

El proyecto muestra como las personas con una renta básica comparten más. Lo que muestra que el superpoder de la RBU es la solidaridad. Sorprendentemente, los participantes en el proyecto piloto donan significativamente más incluso después del último pago de la renta básica y continúan apoyando su entorno social más que el grupo de comparación. El efecto solidario de la renta básica se mantiene.

La solidaridad solo es posible cuando las personas se sienten seguras. Porque si no tienes que preocuparte por tu propia vida (de supervivencia), puedes compartir con los demás mucho más fácilmente. Y eso puede cambiar muchas cosas.

PD. Es posible acceder a más información sobre este proyecto en la web, Ah y no os preocupéis, aunque está en alemán los correctores idiomáticos funcionan de maravilla.