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El geógrafo Josep Vicent Boira ha publicado un análisis en el que analiza los aprendizajes que deberíamos de extraer respecto a la importancia de la geografía, las vulnerabilidades tecnológicas y los aspectos críticos de nuestro actual estilo de vida como consecuencia de la crisis energética que hemos vivido los pasados 28 y 29 de Mayo.

He aquí las lecciones que deberían integrar nuestro aprendizaje social:

La geografía y la historia importan

La geografía y la historia son elementos que no deberíamos de olvidar. Lo ibérico es el resultado de un destino compartido por dos países situados en una península con unos rasgos específicos comunes. Es hora de que ambos  acuerden una estrategia ibérica de desarrollo y convergencia de estructuras políticas y administrativas. Y la UE debe realizar (y este es un momento más que apropiado como consecuencia del resto de acontecimientos políticos con los que nos enfrentamos) un esfuerzo para que adoptemos una nueva una nueva sensibilidad geográfica ante las diferentes regiones del continente. Unidad sí, pero con la debida atención a la diversidad. Lo que funciona en los países nórdicos puede no hacerlo en la península Ibérica. Los esfuerzos comunes no deben de hacernos olvidar que somos un entorno plural, marcado de entrada por términos tan objetivos como los geográficos.

Los seres humanos nos necesitamos unos a otros. La vida en comunidad es mil veces mejor que a una vida tras muros y barreras (y aranceles). Pero los seres y las comunidades humanas son también la consecuencia de una serie de acontecimientos históricos. Que tengamos (en España y Portugal) un ancho de vía ferroviaria diferente al resto de Europa es una consecuencia de acontecimientos pasados aunque hoy sea un hecho que deberíamos subsanar. Ante una crisis geopolítica, militar o de asistencia urgente, los Pirineos no pueden ser una barrera.

La tecnología no puede hacer que nos olvidemos de lo material.  

Lo ocurrido muestra que no podemos tener una confianza ciega en el progreso tecnológico. La interoperabilidad no sólo debe de ser tecnológica… sino que también debe de operar en términos más operativos/tradicionales. En esta crisis hemos constatado como necesitamos llaves que que abren mecánicamente una puerta (como alternativa a las combinaciones digitales), las pilas que dan energía (y no los cargadores inalámbricos), y los instrumentos analógicos de comunicación. De esta manera, lo material se erigió en frontera del conocimiento y lo físico en realidad de lo que nos rodea. Mientras sigamos apostando por la desmaterialización de lo cotidiano olvidamos que los seres humanos somos una realidad mucho más compleja.

Obnubilados por el poder de la tecnología y ahora por la inteligencia artificial nos olvidamos de los aspectos materiales. El saber está en la red, hasta que la red estalla, y entonces el saber corre el riesgo de desaparecer. Nadie guarda ya enciclopedias en papel donde el saber se acumula. Nadie guarda en la nevera nada para mañana. La renuncia a lo material y la previsión es un suicidio. Como muestran las crisis que hemos vivido en los últimos años la reserva de materiales se erige en opción estratégica de supervivencia. Para un país, pero también para una familia.

No es una crisis aislada

Lo ocurrido forma parte de un conjunto de advertencias que no estamos sabiendo leer. Las tres últimas crisis (La Covid, la Dana y el Apagón Electrico) nos lanzan avisos que conllevan la necesidad de poner en marcha ajustes al modelo de sociedad que estamos construyendo entre todos/as.

En el fondo, todos estos acontecimientos son una muestra de la crisis moral y de actitudes en la que vivimos hoy. Una crisis que es mucho más que un evento puntual. El primero nos muestra como somos un blanco perfecto para impactos sanitarios sobre los que no tenemos control. El segundo es la consecuencia de nuestra poca atención a los efectos del cambio climático. El tercero, por último, nos afronta a la necesidad de actuar de forma más inteligente ante las innovaciones tecnológicas. La aceleración con la que nos alejamos de cómo realmente funcionamos y del impacto que generamos en nuestro entorno es una locura que se asemeja a la levedad con la que los seres humanos, tanto desde una perspectiva individual como global, gestionamos nuestro presente y planificamos el futuro.

La crisis energética que acabamos de vivir «forma parte de un tiempo de advertencias que no estamos sabiendo leer«. Y aunque a muchos siga sorprendiéndonos la capacidad de adaptación y de resilencia de los seres humanos deberíamos de adoptar una «actitud mucho menos prepotente hacia el entorno de vida y hacia nuestra relación con los demás«.

Y aunque no sea probablemente el mejor momento: Ahora “debería ser el tiempo de las reformas”.

PD… Recordaros que estas líneas están escritas tomando como referencia las reflexiones que formula Josep Vicent Boira accesibles en Seis lecciones tras el gran apagón en España