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Aunque no nos pongamos de acuerdo de su dimensión ya somos plenamente conscientes del impacto que va a tener en el empleo la paulina incorporación de la robótica y la inteligencia artificial.

A modo de ejemplo el anuncio realizado por Volkswagen sobre el cierre de diversas plantas industriales en Alemania. Un hecho sin precedentes que, aunque su única causa no sea solamente la digitalización, estoy convencido de que mucho tiene que ver con ella. Aunque la nueva presidencia de Donald Trump puede plantearnos algunas incógnitas vamos, por lo menos a corto plazo, a vivir un incremento del desempleo estructural que, unido a los efectos producidos por otras tendencias, como la que supone el alargamiento de la esperanza de vida, obligará a implantar lo que ya todos definimos con el concepto de RMU (Renta Mínima Universal).

El debate sobre la necesidad y los efectos de una RMU lleva varios años planteándose e incluso se han llevado a cabo, en el seno de la UE (por ejemplo, en Finlandia) algunas experiencias. Un debate relevante, no sólo por los aspectos económicos de esta medida, sino también por los efectos que ésta puede tener en un contexto social en el que, lamentablemente, muchos seres humanos no tienen la motivación y el impulso necesario para buscar por sí mismos alternativas vitales diferentes a la de la mera subsistencia. A título de ejemplo sólo quiero destacaros los formulados por Santiago Garcia de Future4work en https://digitalfuturesociety.com/santiago-garcia-in-the-knowledge-economy-learning-is-work-and-work-is-learning/ 


Hoy nadie discute que estamos probablemente asistiendo, en términos de cambio tecnológico y socioeconómico, a uno de los periodos más disruptivos de la historia humana.


Con lo que las ventanas de incertidumbre que tenemos sobre el futuro son cada vez más amplias, aunque exista un contexto de conformidad global en el sentido de que la vida de la gran mayoría de los seres humanos (dentro de 30 años) va a parecerse poco a la que vivimos hoy. Una época en la que la necesidad de articular mecanismos dirigidos a proteger a los grupos menos favorecidos y reducir las desigualdades que generan las dinámicas económicas y sociales se convierte en un reto mayúsculo.

Por ello es necesario pensar, diseñar e implementar nuevas estrategias sociales. Aunque es humano aferrarse a lo conocido por mucho que éste zozobre, o incluso intentar volver hacia atrás, no tiene mucho sentido comparar lo que hoy ocurre con cambios tecnológicos anteriores con probablemente grados de magnitud mucho más reducidos. Es probable que estemos ya afrontando la revolución más importante que el ser humano ha vivido en los últimos 2000 años.

Hemos de tomar consciencia de que vamos a tener que repensar el sistema social del que estamos disfrutando hoy, porque los impactos (aunque podamos reducirlos e incluso corregirlos a medio/largo plazo) van a ser brutales. Hay tendencias que empezamos a vivir que probablemente puedan y deban ser frenadas durante algún tiempo lo que supone establecer regulaciones, modulaciones etc. pero que finalmente son y serán imparables. En consecuencia, necesitamos cambiar el paradigma de las coberturas sociales con el objeto de que estas estén centradas de forma clara, explícita y transparente en las personas en lugar de los empleos/trabajos. Y debemos hacerlo de forma rápida, transparente, coordinada y equitativa y confiando en el empoderamiento individual, sin que, las formas sobre cómo estamos implantando estas iniciativas en nuestro país, (puesta en marcha del SMV) resulten ser un modelo a seguir. 

Recordemos que es una realidad que ya está entre nosotros y que debemos de afrontar si queremos corregir los desequilibrios sociales, construyendo una sociedad más justa y solidaria.