En estos días celebramos el décimo aniversario de la primera gran manifestación de la Diada, después de la sentencia del TC sobre el Estatut y el quinto de los acontecimientos ocurridos en Catalunya en los meses de Septiembre y Octubre de 2017
10 años en los que muchas cosas han cambiado para que todo siga igual.
Escribe el pasado sábado Jordi Évole en Lewandowski y su primera Diada, por Jordi Évole (lavanguardia.com) refiriéndose a los hechos ocurridos en 2017 “Difícilmente volveremos a vivir momentos tan (…) angustiantes y, por qué no decirlo, tan infantiles. Con la perspectiva de cinco años, parece mentira que se tomasen algunas de las decisiones que se tomaron. Los gobernantes se dejaron llevar por la ilusión colectiva o por la represión selectiva. No tuvieron la valentía de decir a los suyos lo que no querían oír. Se aprovecharon de que a la ciudadanía le salía más barato sentir que pensar. Y decidieron (…) que “ara és l’hora”, que “tenim pressa” (…) o «a por ellos». Eslóganes que hoy provocan vergüenza ajena”.
Cómo también causan vergüenza ajena comentarios y expresiones utilizadas para definir lo que ocurría en Catalunya con expresiones como: “absoluta irresponsabilidad”, “abismo”, “fractura social”, “rompería definitivamente la sociedad catalana en dos”, “completa quiebra política, social y económica”.
En cualquier caso deberíamos tomar en cuenta todo lo ocurrido desde el 2012 para tener una visión más amplia de los acontecimientos que hemos vivido y de sus consecuencias.
No pretendo extenderme sobre mi visión respecto a estos argumentos entonces y ahora, tomando en cuenta además que ésta ya está formulada en los diversos comentarios y reflexiones expuestos en éste y otros medios. Creo que ha pasado tiempo, pero todavía no lo suficiente para olvidarnos de lo que vivimos tanto desde el punto de vista objetivo (pensar) como subjetivo (sentir). Unos “prometieron que estaba todo preparado y que irían de la ley a la ley. O que no habría referéndum, ni urnas, ni papeletas, ni nada, (…) iban de farol. Mintieron a la ciudadanía sabiendo que aquel era el viaje a ninguna parte”. Mientras que los otros, incapaces de comprender lo que estaba realmente pasando en la mente de muchos ciudadanos y ciudadanas catalanas “se sintieron burlados y combatieron (…) con la fuerza de un Estado, con porras y con jueces” dispuestos a defender lo que sentían que estaba siendo atacado.
En ambos casos está claro que prevalecieron los sentimientos sobre la razón. Escribí en Mayo del 2018 en http://pauhortal.net/blog/sense-claredat-no-hi-ha-futur/ que “el motor del proceso no ha sido la clase política sino la ciudadanía y que (éste) se había fundado (sobre) la existencia de 4 realidades. La falta de madurez y compromiso de la clase política para analizar los costes de transición (y no me refiero simplemente al concepto de costes económicos). La presencia de una masa social insuficiente para que el proceso pudiera superar todos los retos que tenía por delante (..) La inexistencia de un apoyo político y financiero internacional (sin ellos estaba claro que íbamos claramente dirigiéndonos al fracaso), y (el) error cometido por los estrategas (del proceso) en el análisis de las posibles reacciones del Estado”,
Han pasado 10 y 5 años respectivamente, hemos vivido desde las consecuencias de las actitudes adoptadas por todos los actores, la crisis sanitaria del coronavirus (parece que ya controlada) y hoy estamos gestionando las consecuencias derivadas de ella y del conflicto en Ucraina. Los efectos de todo lo ocurrido en Catalunya entre 2012 y 2017 siguen entre nosotros (políticos en el exilio, muchos ciudadanos pendientes de que se resuelvan sus procedimientos judiciales, división y enfrentamientos claros en la clase gobernante en Catalunya, pérdida de peso del impulso independendista etc).Mientras tanto seguimos sin ni siquiera tener planteados los problemas estructurales más relevantes. A nivel local: déficit estructural económico, problemas de movilidad (alguien me debería de explicar las razones objetivas porqué sigue el Estado sin transferir a la Generalitat las “rodalies” ferroviarias, el Midcat sin conexión con la frontera francesa, mientras que a nivel global: tenemos una nueva guerra en Europa, hemos pasado por la Presidencia de Trump en Estados Unidos, vivido el Brexit, enfrentados a una recesión económica que puede ser brutal, y dando pasos en muchos temas (energía, nacionalismos y populismos, etc). Seguimos sin tener una respuesta al reto del cambio climático (cuyos impactos son cada vez más evidentes) y… acaba de fallecer la Reina de Inglaterra.
Hoy muchos ciudadanos hemos perdido la confianza en las élites políticas, mientras que seguimos constatando como muchos españoles siguen sin querer entender, (sentir antes que pensar), lo que hemos vivido en Catalunya.
Unos ciudadanos que como afirma Lola Garcia (una de las más certeras e incisivas analistas que conozco) el pasado domingo también en La Vanguardia. «Esta diada es un punto de inflexión que cierra el ciclo abierto en 2012 cuando esclató un potente movimiento social. Las decisiones que tomen unos y otros durante los próximos años marcaran el rumbo de un fenómeno que es parte consustancial de la sociedad catalana y la política española. En efecto, ni uno de los centenares de asistentes a las marchas del 11 de Septiembre (de todos estos años) que hoy se quedarán en casa ha dejado de ser independentista».
Como afirmaba también en http://pauhortal.net/blog/catalunya-algunas-evidencias/ parafraseando a Anton Losada “Lo único cierto es que llega un momento en que aquello que se rompe no puede arreglarse, una certeza que vale para la cerámica, la mecánica, la medicina o la política”.
Y, por cierto: No tenemos a Messi pero ha llegado Lewandowski.
Deja tu comentario