Desde los inicios del siglo XXI, y más concretamente a partir de la crisis económica que se inició en 2007 vivimos en un contexto en el que el balance entre lo individual y lo colectivo está en proceso de cambio.
Frente a una situación de prevalencia de los factores individuales (que se estaba promoviendo desde los años 60 del siglo pasado) la crisis financiera y sus consecuencias promovieron una nueva realidad. Pero ¿vamos en el camino y en la dirección adecuada?
“La lírica (del) individualismo (que) navegaba a toda vela desde los años de Reagan y Thatcher (se) reveló como una gran mentira en la época de la precariedad”. Efectivamente ésta lírica se había impuesto en la cabeza de los intelectuales, había impregnado la cultura social, (reforzada por la caída de los regímenes llamados socialistas) y se había, de hecho, convertido en el único modelo válido y por tanto en el que todos debíamos de seguir. Pero la crisis hizo que deberíamos adaptarnos a una nueva realidad.
El modelo basado en la prevalencia de lo individual, y en el que todo el resto de ámbitos tenían un carácter subsidiario, se estaba empezando a romper.
Una ruptura que se ha reforzado y consolidado con la llegada de la crisis sanitaria. Hoy stamos viviendo los efectos de todo este proceso. Y constatamos, como en situaciones similares, el ser humano tiende a la búsqueda de soluciones y, lamentablemente, a dar prevalencia a los extremos (radicalismos populistas) frente al centro (moderación liberal).
Aunque parece que lo colectivo adquiere mayor relevancia social y cultural esta prevalencia es mucho más aparente que real. No deberíamos de sorprendernos que “se haya puesto de moda el tribalismo. Es tan árido el clima exterior, que buscar cobijo en una causa inflamada se ha convertido en necesidad”. Como individuos buscamos permanente un amparo grupal y por ello terminamos formando parte de “tribus” que, aunque busquen respuestas a temas que pueden ser poco significativos y relevantes, dan sentido colectivo a una existencia individual.
Estos colectivos o tribus, reforzados por las facilidades que nos ofrece la tecnología, tienden, para reforzar su propia especificidad, a usar el odio y el desprecio a los otros y el “resentimiento que parece tener un potencial emotivo insuperable”. Se trata de grupos/comunidades que se centran en la crítica, en destacar lo negativo, y a los que no parece interesar la formulación de planteamientos positivos, de futuro o de mejora de las cosas.
La focalización en causas muy concretas (polarización), las actitudes negativas (resentimiento) y la prevalencia y relevancia de lo individual, aunque planteado en un entorno grupal, (populismo) son los ingredientes básicos del coctel social que se nos ofrece hoy. “Populismo y polarización son dos caras de la misma moneda. Son la traducción política de esa época en la que el individualismo ha derivado en extravagancia, (y) el tubo de escape por el que se desahoga y dispersa el malestar de los que nunca llegarán a la tierra prometida del éxito individual”.
Vivimos en tiempos difíciles, de cambio y ruptura, en la que no tenemos perspectivas ni metas colectivas más allá de que el futuro no pasa únicamente por dar la prevalencia a los intereses individuales. Pero nos equivocamos en el enfoque a dar a lo “colectivo”. La falta de equidad y la desigualdad son ingredientes del menú social que se nos ofrece hoy. Y además tenemos que ocuparnos de cuestiones como la crisis bélica y de su impacto global.
Esta suma de factores nos lleva a la tentación de buscar respuestas colectivas en lo cercano y trivial y ocuparnos, básicamente, del corto plazo. Nos falta perspectiva y liderazgo para que prestemos atención a lo realmente importante y para que sepamos encontrar el balance adecuado entre lo “colectivo” y lo “individual”.
PD… estas reflexiones hay sido inspiradas por el excelente artículo de Antoni Puigvert titulado “El tubo de escape” publicado en la Vanguardia y accesible en El tubo de escape (lavanguardia.com)
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