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Nos encontramos en una situación en la que estamos un tanto exhaustos de malas noticias, (sólo cabe recordar todo lo ocurrido recientemente en el Japón), lo que se traduce en una desconfianza general sobre la situación, que llega además cuando los instrumentos de política económica para combatir la brutal caída de la demanda que se ha producido desde 2008 se han agotado.

O dicho en otros términos. El margen de maniobra del Gobierno actual para enderezar la situación es reducido, por no decir nulo. En primer lugar porque no somos claramente independientes en estas materias, en segundo término porque hemos vivido durante los últimos años bajo unas condiciones y unas expectativas totalmente irracionales basadas en como el propio Ontiveros afirma “un claro exponente de una política carente de rigor que ha consistido en beberse la cantimplora cuando sólo se había recorrido la mitad de la travesía del desierto”, por último por la falta de voluntad y/o capacidad para impulsar las medidas (de firmeza y probablemente impopulares) que nuestra situación económica necesita.

Y todo ello en un momento en el que no se visualizan elementos para pensar en un crecimiento de nuestra economía, más allá de la que puede proceder de un impacto positivo en el sector turístico como consecuencia de las circunstancias por las que está pasando el norte de Africa, entre otras cosas porque probablemente no hemos hecho ninguna de las reformas de calado que precisábamos..

El problema principal en el que hemos vivido en estos años ha consistido tanto en no haber sabido identificar ni reconocer la naturaleza de la crisis en sus albores, como por el hecho de haber malgastado la munición de la que disponíamos. 

Algo que explica que afrontemos, en contra de algunas expectativas optimistas, los años 2011 y 2012 en una situación de inanición en todos los actores, (empezando por el propio ejecutivo) y sin mucha capacidad de reacción. Lo único que sigue comportándose positivamente es nuestro mercado exterior. Cada día es cada vez más evidente y constatable que muchas de nuestras grandes organizaciones dependen fundamentalmente (en ventas y en resultados) de la evolución de sus actividades internacionales.

Y mientras tanto alguna de las reformas realizadas no han servido para mucho o tardarán en dar resultados. Estaba claro que la reforma laboral, ni era probablemente la que necesitábamos y además era evidente que, a corto plazo, podía tener como efecto perverso el estímulo de los despidos o resoluciones de contrato, como parece que así ha sido.

Del estímulo a la economía productiva no tenemos noticias y respecto a la reforma de la función pública no podemos considerarla como tal cuando lo único que se ha hecho ha sido impulsar una reducción del 5% de los salarios. Ni la reforma de la pensiones y la que se augura de la negociación colectiva (que por otra parte va a ser tremendamente impactada por los intereses de las partes) no pueden ni van a tener impacto económico ninguno a corto plazo.

Y respecto a la reforma del sector financiero ahí vamos.

Por tanto nos espera un año 2011 que probablemente será plano, y un 2012 centrado en el proceso electoral. Lo que significa que habrá que empezar a pensar que no vamos a dar un giro real a la situación hasta 2013.

Probablemente reincidiendo en lo expresado por Ontiveros los tiempos políticos no van a sernos tampoco favorables. “La economía española, por lo tanto, está en manos sólo de decisiones políticas. Y no parece que el calendario electoral durante los próximos 15 meses sea el más propicio para atender reformas en profundidad destinadas a recuperar la confianza de los agentes económicos en el futuro del país. La crisis ya no es económica, sino política”.