Las personas que me conocen bien saben que soy un “fan” de Yuval Harari y que he leído y releído varias veces sus tres libros de referencia. Y aunque como en todo en la vida hay cosas y argumentos mejores y otros más discutibles (en un entorno de 1200 páginas) creo que es uno de los grandes pensadores del momento.
Esta introducción es consecuencia del impacto que ha generado en mí el artículo publicado hace aproximadamente un mes que en la Vanguardia titulado “Vamos hacia una época de guerras” y accesible en el link https://www.lavanguardia.com/internacional/20221217/8649144/epoca-guerras.html
A partir de este momento voy a transcribir las que considero partes más relevantes de este artículo que os recomiendo encarecidamente. Desde mi punto de vista es uno de los análisis más lúcidos que han llegado a mí como respuesta a la pregunta ¿En qué época vivimos?
Todos los que tienden a criticar los “defectos del orden mundial liberal (deberían) responder primero a una sencilla pregunta: ¿en qué década se ha encontrado la humanidad en mejores condiciones que en la década de 2010? ¿Qué década es, en su opinión, la edad de oro perdida? ¿La década de 1910, con la primera guerra mundial, la Revolución bolchevique, las leyes (….) de segregación racial en Estados Unidos y la brutal explotación de buena parte de África y Asia por los imperios europeos? ¿La década de 1810, con el sangriento apogeo de las guerras napoleónicas, los campesinos rusos y chinos oprimidos (… ) la Compañía de las Indias Orientales asegurándose el control de la India y una esclavitud aún legal en Estados Unidos, Brasil y la mayor parte del resto del mundo? ¿O acaso la década de 1710, con la guerra de Sucesión española, la gran guerra del Norte por la supremacía en el Báltico, las guerras de sucesión entre mongoles y la muerte antes de llegar a la edad adulta como consecuencia de la desnutrición y las enfermedades de un tercio de los niños de todo el mundo?”
Lo que hemos vivido en los primeros años del siglo XXI no ha sido el resultado de un milagro. Se alcanzó gracias a que los seres humanos tomaron mejores decisiones y construyeron un orden mundial que funcionaba.
Por desgracia, fueron demasiados los que dieron/dimos por sentado ese logro. Quizás supusieron/suposimos que la paz estaba garantizada sobre todo por las fuerzas tecnológicas y económicas, y que podría sobrevivir sin el tercer pilar: el orden global liberal. «Por consiguiente, ese orden fue primero descuidado y luego atacado con creciente ferocidad. El ataque empezó con Estados delincuentes. Irán y dirigentes delincuentes como Putin, pero por sí solos no eran lo bastante fuertes para acabar con la Nueva Paz. Lo que contribuyó de verdad a socavar el orden mundial fué que tanto los países que más se habían beneficiado de él (incluidos China, la India, Brasil y Polonia) como los países que habían participado en su creación (en especial, el Reino Unido y Estados Unidos) le dieron la espalda. El voto del Brexit y la elección de Donald Trump en 2016 simbolizaron este giro”
Quienes defendemos lo que hoy tenemos gracias al -orden liberal- no deseámos las guerras. Tan sólo defendemos nuestros propios intereses incluidos los de nuestra comunidad/país. Aunque no hemos sido conscientes de cómo podíamos hacerlo “en ausencia de unos valores universales y unas instituciones globales” Hemos sido simplemente unos ingenuos pensando que “de algún modo, los distintos países se llevarían bien y que el mundo se convertiría en una red de fortalezas amuralladas pero amistosas”.
“Sin embargo, las fortalezas rara vez son amistosas. Toda fortaleza nacional suele querer para sí un poco más de tierra, seguridad y prosperidad a expensas de sus vecinas; y, sin el concurso de unos valores universales y unas instituciones globales, las fortalezas rivales no pueden ponerse de acuerdo sobre ninguna regla común” El modelo era una “una receta para el desastre. Y (este) no se hizo esperar”.
Lo ocurrido finalmente es conocido por todos. “la pandemia puso de manifiesto que, en ausencia de una cooperación mundial eficaz, la humanidad no puede protegerse de amenazas comunes como los virus” A pesar de que podamos considerar como un éxito la respuesta global finalmente alcanzada, el hecho es que la covid ha erosionado aún más el orden liberal y estos principios explícitos (pero nunca bien aplicados) de solidaridad. Fué en este momento cuando “Putin llegó a la conclusión de que podía asestar el golpe de gracia y romper el mayor tabú de la época de la Nueva Paz. Pensó que (podía repetir lo ocurrido en 2014 y que probablemente) algunos países harían algunos aspavientos de incredulidad y lo condenarían, pero que nadie tomaría medidas efectivas contra él” Con lo que no contó es con la respuesta del pueblo de Ucraina.
No podemos permitir que Putin tenga éxito. Si lo tiene “el resultado será el colapso final (…) Los autócratas de todo el mundo aprenderán que las guerras de conquista vuelven a ser posibles; y también las democracias se verán obligadas a militarizarse para protegerse” Y esto significa que deberemos de dedicar de nuevo altos porcentajes de nuestro PIB a los ejércitos dejando atrás otras inversiones más acuciantes. Tenemos el riesgo de que finalmente todo el mundo termine pareciéndose a Rusia “ A los 18 años, los jóvenes de todo el mundo harán el servicio militar obligatorio (y todos tendremos) ejércitos sobredimensionados y hospitales infradotados. El resultado será una nueva época de guerras, pobreza y enfermedades. En cambio, si a Putin se le paran los pies y se lo castiga, el orden mundial no se romperá como consecuencia de su comportamiento, sino que se fortalecerá. Todo el que necesite un recordatorio redescubrirá que, sencillamente, esas cosas no se pueden hacer»
Estamos frente a dos escenarios posibles y no sabemos cuál de los dos será el resultado final. Por fortuna para el mundo, pese a todos sus preparativos militares, Putin no contaba con el factor humano. Es decir no tuvo en cuenta el coraje del pueblo ucraniano.
“La guerra y la paz son decisiones, no fatalidades. Las guerras las hacen las personas, no una ley de la naturaleza. Y, del mismo modo que hacen la guerra, los seres humanos también pueden hacer la paz. Ahora bien, hacer la paz no es una decisión única, que se tome una sola vez para siempre. Es un esfuerzo a largo plazo por proteger las normas y los valores universales, y por construir instituciones cooperativas”. Conviene tener presente que “el orden mundial se desintegró ante todo por el asalto de las fuerzas populistas, según las cuales las lealtades patrióticas contradicen la cooperación mundial. Los políticos populistas predicaban que, si eres patriota, debes oponerte a las instituciones (y a la) cooperación global. Sin embargo, no hay contradicción inherente entre patriotismo y globalismo (…) El patriotismo consiste en amar a tus compatriotas. Y en el siglo XXI, si quieres proteger a tus compatriotas de la guerra, las pandemias y el colapso ecológico, la mejor manera de hacerlo es cooperando (entre todos)”.
Aunque resulte imposible “predecir cómo acabará la guerra, como también lo es predecir la suerte de la Nueva Paz” hemos de recordar que “la historia no es núnca determinista. Tras el final de la Guerra Fría, muchos pensaron que la paz era inevitable y que continuaría por más que descuidáramos el orden mundial. Tras la invasión de Ucrania por parte de Rusia, algunos han pasado a sostener la opinión contraria: que la paz siempre había sido una ilusión, que la guerra es una fuerza ingobernable de la naturaleza y que la única elección que tienen los seres humanos es decidir ser presas o depredadores”.
Aunque tenemos que ser conscientes de que “la estupidez humana es una de las fuerzas más importantes de la historia” no todo está irremediablemente perdido.
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