Un año después del inicio de la pandemia, admirados por la capacidad para encontrar alternativas sanitarias que permiten atacarla y dominarla, nos queda la esperanza de que una vez superados los problemas de administración de las vacunas todo vuelva a la normalidad.
Un concepto como el de «normalidad» que nos situa en un entorno en el que parece que seamos conscientes del impacto que ésta supone en términos de sostenibilidad. Una «normalidad» a la que muchos están/estamos esperando volver.
Una normalidad que pasaría porqué la recuperación económica sea lo suficientemente rápida e importante para que la mayoría de los “trabajos” perdidos (lamentablemente deberemos empezar a pensar en términos de trabajo y no de empleo) puedan reconstruirse. Y que los procesos de digitalización y robotización generen nuevas alternativas laborales hoy inexistentes.
Unas expectativas positivas que, en nuestro caso, pueden ser moderadas por la relevancia del impacto de la pandemia en dos de los sectores motores de nuestra economía como el turismo y el comercio (como ha mostrado el dato de ser el país con mayor descenso del PIB entre los más desarrollados del mundo en 2020) y que en la fase de recuperación se verán afectadas por los cambios en los hábitos de movilidad y compra. Vamos a disponer de un gran volumen de recursos a través de los fondos de recuperación, se producirá un crecimiento sustancial de los niveles de empleo en los ámbitos de la gestión pública y en los sectores sanitarios y de cuidado personal. Pero desconocemos si serán suficientes y se producirán lo rápido que necesitamos para compensar el impacto generado por la pandemia.
Si el desempleo estructural sigue creciendo y consolidándose la desigualdad social se hará más profunda. Y sólo podrá ser corregida por la puesta en marcha de nuevos entornos formativos y de aprendizaje dirigidos a garantizar la empleabilidad de los trabajadores.
En el post accesible en ¿Dónde estamos?, un año después. – Pau Hortal me formulaba dos preguntas relativas a los cambios organizativos y los de carácter personal producidos en y como consecuencia de la pandemia. En este momento quiero formularme una tercera:
¿Qué cambios se consolidarán en las dinámicas sociales?
Aunque empieza a generarse una conciencia social de que podemos volver a vivir “unos felices años 20”,siguiendo el modelo que se produjo en el siglo XX tras la finalización de la Primera Guerra Mundial, todos hemos de ser conscientes que, aunque puede vivirse esta situación, su impacto no será sostenible ni de larga duración. Tras algún tiempo de euforia todo volverá a la normalidad. Y la “nueva normalidad” significa que probablemente viviremos en una sociedad más desigualdad, con conflictos sociales, bajo el control de propuestas populistas de todo tipo, y con la presencia de turbulencias a nivel global. Una situación agravada como consecuencia de la constatación inexorable de que los efectos del cambio climático son irreversibles. No superaremos esa situación sin una respuesta global y sin elevar el nivel de compromiso social de las sociedades, organizaciones e individuos que consigan no ser afectados por esta tendencia.
En resumen, todo confirma que muchos de nuestros hábitos van a ser fuertemente impactados por la pandemia. Que asistiremos a la consolidación de algunas tendencias desarrolladas durante la pandemia. Y que se provocarán consecuencias que vamos a tener que corregir con un mayor compromiso y una mayor transparencia social. Lo que nos obligará a replantearnos cuestiones como: ¿cuál ha de ser la presencia y dimensión del sector público?, ¿cómo poner en marcha coberturas sociales que reduzcan los efectos de una desigualdad cada vez más significativa? ¿que mundo deseamos ceder a las próximas generaciones?… etc.
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